lunes, 14 de octubre de 2013

El Arte y El Mar: El Pintor del Mediterráneo.

Ana Parres 


“Me sería imposible pintar despacio al aire libre, aunque quisiera.
No hay nada inmóvil en lo que nos rodea.
Mira bien: el mar se riza a cada instante;
 la nube se deforma al mudar de sitio; 
la cuerda que pende de este barco oscila lentamente; 
ese muchacho salta para evitar las olas; 
aquellos arbolillos doblan sus ramas y tornan a levantarse… 
 Pero, aunque todo esto estuviera petrificado y fijo, bastaría que se moviera el sol,
 lo que hace continuamente, para dar diverso aspecto a las cosas.
 Aquellas montañas de lejos ya no son lo que eran hace un momento.
Hay que pintar deprisa. ¡Cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!”.



Siempre he considerado que Joaquín Sorolla era el pintor del mar. Si hablamos de playas, de pescadores, de barcas, de mujeres y niños jugando, irremediablemente pensamos en el artista valenciano.

Su afición temprana por las vistas marinas y su preocupación por la luz, hicieron de sus obras una representación veraz de la naturaleza. Una suma de temas costumbristas y marineros.

Marina. 1880


Centrado en sus inicios en cuadros de temática social y la vida cotidiana, recorrió España plasmando tradiciones de diferentes pueblos. Posteriormente desarrolla la mayor parte de su producción artística centrada en la vida en el mar mediterráneo. Sorolla llevaba su caballete a las playas valencianas y trabajaba largas jornadas en escenas cotidianas de su Valencia natal. Supo encontrar en este escenario el encuadre perfecto para dar rienda suelta a su imaginación. Desde sus inicios se decan por el color y la luz sin demasiado apego a la pintura academicista de su época e hizo del costumbrismo marino el porvenir de su vida.


La vuelta a la pesca. 1894


En su paleta, los amarillos, los violetas, los cadmios, los azules y esas variaciones del blanco le sirvieron para definir la gama cromática de su obra. En su pincel, una pincelada larga y expresiva sin casi interpretación del detalle. En sus ojos, los reflejos lunicos sobre la superficie del mar. Y en sus manos, la energía y rapidez que le llevaron a afirmar que había que pintar deprisa porque no hay nada inmóvil en lo que nos rodea.


Sol de la tarde. 1903



Nadadores. 1905


No lo supo captar la magnitud de la luz mediterránea, si no que via y descifro con su pincel, la luz y el color de las costas asturianas, donostiarras y vascofrancesas. Adap su paleta a las condiciones locales introduciendo los violetas y los malvas y captando la suavidad y delicadeza de la luz del norte en contraposición con la valenciana.



Instantánea, Biarritz 1906



El rompeolas. Donostia. 1918

El objetivo del artista no era otro que fijar la luz y el color de la realidad y siempre volvía en búsqueda de su tierra que le ofrecía el colorido, la luz y la libre pincelada que sólo le daban las aguas mediterráneas.


Paseo a orillas del mar. 1909




En su etapa final Sorolla volvió a reinterpretarse para hacer de los signos de identidad valencianos nuevas composiciones más expresivas, concisas y reales. Expresó en esta época, enfoques originales de sus temas de costumbre donde el color y la luz seguían siendo los protagonistas. Para él, esta última etapa fue una etapa de mucha satisfacción donde el regionalismo valenciano le acompañó hasta el final.


Pescadoras valencianas. 1915


Sorolla creó un vocabulario artístico de signos de identidad valencianos, de símbolos visuales de su tierra pero sobre todo del mar. Fue sin duda el más puro legado impresionista. Grandes escenas de playa donde demost una irresistible pasión por la luz y el color. 

A Sorolla le gustaba pintar en el mar.

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